Premio


Premio

Mucho tiempo atrás tuve un amigo, extremadamente delgado, físicamente frágil -chasís de zancudo- lo motejaban sus compañeros de oficio. Rafael oficiaba de vendedor en la empresa donde yo me desempeñaba en el cargo de Contador General. Rafael pasaba todos los días a las 8:25 am por mi oficina –salvo que anduviera de gira- y me hablaba de sus problemas, de sus proyectos y avances, y
también de fútbol, por supuesto, de política no, eran tiempos de dictadura.
  
-Germán, estoy cerca de ganarme el premio al mejor vendedor del año. Con concretar un par de negocios más, que ya están casi listos, me gano el premio, me decía con vehemencia y convencimiento.


Veinticuatro horas después, como siempre estaba delante de mi escritorio.


 -¿Sabes?, con el dinero del premio me compraré un auto, aseguraba mi amigo Rafael.

 -Pero qué bien, ¿qué auto comprarás?
  
-Me compraré un Chevy Nova.


-Buen auto.



Rafael efectivamente ganó el concurso de ventas y el premio fue suculento, alcanzaba para comprar el automóvil que quería y otras cosas más. Por supuesto, a las 8:25 a.m. del día siguiente, se arrellanó en una de los sillones frente a mí escritorio, sacó un cigarrillo, lo encendió, lo aspiró y botó el humo lentamente.


-¡Germán, me gané el premio!, iré a comprar inmediatamente mi Chevy Nova, y partió como una tromba, antes que yo pudiera felicitarlo.


La felicidad de Rafael era inmensa, de hecho, nunca había visto una persona tan feliz, el gozo se escapaba por sus poros y resplandecía por todo su cuerpo. 

Rafael estuvo un par de semanas sin aparecer, por lo que supuse que estaba de gira, pero justamente, al día siguiente, se apareció en mi oficina, por supuesto a las 8:25 am, en silla de ruedas y paralizado de la cintura hacia abajo, y con las manos inservibles, me contó que había chocado su automóvil y que su señora esposa quedó con fracturas en la mayor parte de sus huesos. El quedó con su capacidad respiratoria al 50 por ciento de lo normal.  Debía irse de inmediato a Iquique, ciudad en que no hace frío, pues si pescaba un resfriado moría. Antes de irse me contó qué había pasado.


-¡Iba como a 120 por la Avenida Andrés Bello y el automóvil delante del mío hizo una mala maniobra!, lo esquivé, me fui encima de otro coche que también eludí, pero me quedé sin espacio para una nueva maniobra y choqué frontalmente contra un árbol inmenso.


-¡Qué mala suerte!, ¡si el árbol hubiese estado dos metros antes o dos metros después, jamás hubiera chocado!


-¡Es increíble mi mala suerte!



Rafael sobrevivió un par de meses y murió por insuficiencia respiratoria.



¡Hay que cuidarse de la buena suerte!



Fin

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